Carlos Morales Entre el año 2003 y 2005 publica la que según
los críticos literarios es la versión más lograda de “El Cantar de los
Cantares”
Encuentro con el poeta Carlos Morales del Coso
Por primera
vez y en exclusiva, el poeta Español Carlos Morales del Coso nos habla de su
vida y sus inicios en el mundo de las letras para todo su público de habla
hispana.
Con cerca ya de dos mil visitas y de siete mil páginas vistas al día,
su blog Poesía de El Toro de Barro se ha convertido en una referencia
ineludible de la poesía en lengua castellana y en toda Iberoamérica.
Con
seguidores de todas partes del mundo, la publicación de su reciente artículo Coexistence,
un camino posible entre palestinos e israelitas, ha sido motivo de debates y
foros en todas las redes sociales.
(Puede ver el articulo Coexistence pinchando en el siguiente enlace: http://ve.globedia.com/coexistence-camino-posible-palestinos-israelitas )
Carlos Morales es autor, como poeta, de “Palabras de Tierra
y Vino” (1982), “S” (1984), “Un rostro en el jardín” (2000), “Il tridente nel
giardino” (2000), “El libro del Santo Lapicero” (2000) y “Salmo” (2005).
Traducido a varios idiomas, publicó en el año 2003 una de las versiones más
celebradas de El Cantar de los Cantares.
Como antólogo, ha editado la “Poesía
secreta” de Federico Muelas, “El cántio de la Creación”, de Carlos de la Rica y
“Coexistence”, una antología de poetas árabes y hebreos que trabajan por la
reconciliación. Como editor, dirige “El toro de barro” (la segunda colección de
poesía más antigua de España), los “Cuadernos Sefardíes” (con M. Matitiahu) y
la “Biblioteca del Holocausto” (con J.Vandor).
Actualmente, codirige con Juan
Ramón Mansilla la revista “Hilos de araña”. Ha dirigido en TV Toledo el
programa “El suelo perdido”
Bienvenidos a: Encuentro con, Carlos Morales del Coso.
P.-Hablemos de cómo se gesta un escritor como Ud. De sus
orígenes, de su infancia.
R.- Bueno, yo nací en Tarancón, un pueblo grande de La Mancha
de Cuenca. Ahora creo que es una suerte que lo hiciera en una familia que no
tenía nada que ver con la literatura. Mi chiquillez sabe a leche, sabe a
corderos y corrales, a toros y a romero, a campos abiertos y a árboles mojados.
El recuerdo más hermoso y más temprano que tengo me conduce a una noche fría de
febrero, en que mi abuelo Amós me llevó, de madrugada, a ayudar a parir a una
oveja que lo estaba pasando muy mal. Lo vi todo a la luz tenue de un farolillo
de aceite. Dominé el asco y sentí júbilo. Yo tenía cinco o seis años, y ese fue
mi gran descubrimiento. Ahí sellé mi pacto secreto con la vida.
P.- En su poesía hay un fuerte vínculo con el hecho
religioso, con la experiencia de Dios, que en su caso parece algo complicada, y
bastante dramática. ¿Estudió Ud. en un colegio religioso?
R.- Sí, estudié en un colegio religioso de la orden
franciscana, el Melchor Cano. Allí aprendí cosas importantes para un hombre,
como ser disciplinado y espartano en el trabajo. Allí conocí, también, a muchos
huérfanos de padres mineros, cuyas circunstancias penosas marcaron
profundamente mi vida situándome frente a una realidad que, de otra forma, un
niño de clase media no hubiera llegado a conocer.
Con los años, ya en la
adolescencia, aprendí que el cristianismo era esencialmente acción, lo que me
condujo de cabeza a las comunidades cristianas de base primero, y al marxismo
después. Si realicé estudios de Medicina y de Historia fue, en gran medida, por
trasladar a la vida práctica esa voluntad de acción.
La Historia me apasiona:
con ella, y apoyado en el método marxista, aprendí a comprender el mundo de un
modo sistemático, cosa muy importante en un tiempo en que las hormonas
enloquecen la visión de las cosas. Y por esa vía, y ya abandonado el marxismo,
me encontré de golpe con mi heredad judía.
No soy judío, en realidad –y como
Ud. ha observado cabalmente- con Dios me las tengo un poco tiesas, pero no
puedo dejar de sentirme parte del pueblo de Israel. Eso no me hace antiárabe,
en modo alguno.
P.- ¿Qué le condujo a la literatura?
R.- La lectura. Recuerdo que, siendo yo muy pequeño, todas
las mañanas de domingo me iba a la cama de mi padre y allí, arrebujado entre
sus brazos peludos y con olor a leche, me leía las historias heroicas de la
Biblia, que tanto exaltaban mi imaginación y me arrullaban.
Fuera de eso, en
casa había pocos libros. También recuerdo el viejo puesto de venta de
periódicos, que el tiempo no hace mucho acabó de derribar, y que regentaba un
hombre sordo como yo pero que se apellidaba Rey Lirio, sí, como lo oye.
Allí
compraba yo los tebeos ilustrados, en los que me gastaba la exigua propina que
mi padre me daba los domingos. Un día, ese hombre cuyo nombre no recuerdo
ahora, me regaló un ejemplar lleno de polvo que no había podido vender de “Los
tres mosqueteros” de Alejandro Dumas y otro de la “Divina comedia” de Dante.
Fue un verano, y me los leí los dos mientras ayudaba a mi padre a alimentar los
corderillos que sus madres habían rechazado por alguna razón. Sí, ahí, en una
majada de ovejas, recostado sobre alpacas de paja, leí por primera vez a
Dante…Tenía diez años, y no me enteré de nada.
P.- ¿Pero cuál fue el primer impulso?
R.-En esto soy muy vulgar. El amor. Sí, a los doce años
escribí mi primer poema, un poema de amor que era casi tan grande como la
timidez que me impulsó a escribirlo: como no encontraba el momento de
levantarle la falda a la chiquita que amaba, pues le escribía poemas.
Siempre
he pensado que si yo comencé un día a ser escritor es porque no tuve valor de
ser otro. Lo bueno es seguir escribiendo cuando ya se ha aprendido a levantar
la falda a una mujer.
P.-Su primer libro, “Palabras de tierra y vino” (1982) fue
definido por el crítico Pedro Cerrillo, como un poemario que integraba la
vocación política y social y el espíritu de vanguardia. Sin embargo, en su
segundo libro, “S” (1984) la vocación social dejó su hueco al preciosismo
barroco.
R.- Bueno, no sé cómo resumirlo. Un día, a comienzos de los
años ochenta, cogí mi guitarra y me lancé a los pueblos de mi tierra a leer
poemas porque sólo (¡!) quería hacer una revolución y salvar el mundo. Duraban
los recitales lo que una botella de vino peleón.
Un día, de tanto vino tuve un
accidente, y vino al hospital a verme uno de los poetas cuyos versos leía,
Carlos de la Rica. Él era el fundador de El Toro de Barro, con el que inicié
allí una amistad que no moriría nunca.
Fue el que me publicó mi primer libro de
poemas, “Palabras de tierra y vino”, allá por 1982, en la que busqué integrar
el respeto por el lenguaje poético que él me aconsejaba y mi pasión por ser
testimonio de lo que veía…Más tarde, y gracias a la poeta Mercedes Escolano,
que fue capital para mí en todos los sentidos, me vi arrastrado a la
voluptuosidad mediterránea y al gesto melancólico de la poesía andaluza de los
años cuarenta, que cristalizó en “S” como un bucle sin fin.
P.-Luego vino un larguísimo silencio, que duró cerca de 16
años, hasta que publicó Ud. su libro de referencia, su obra grande, “El Libro
del Santo Lapicero” (2000). ¿Por qué ese silencio, qué lo rompió?
R.- En mis dos primeros libros pasé de un extremo a otro de
las posibilidades abiertas por la escritura, sin ninguna solución de
continuidad. El cambio fue tan radical que no me dio tiempo a digerirlo.
Pasé
del cielo al infierno como la piedrita de la “Rayuela” de Cortázar, y eso me
produjo una crisis de identidad. También me di cuenta de mi incompatibilidad
para vivir en un mundo literario tan cargado de gentes dispuestas a todo por
abrirse un hueco en los papeles y alcanzar la eternidad y la gloria antes de
tiempo.
Mi alma, que aún hoy sigue siendo un alma que lleva botas camperas, me
hizo sentirme incómodo y como un extranjero en el mundo literario. Y me fui sin
hacer ruido.
Pero en agosto de 1997, mi primer editor, Carlos de la Rica, me
llamó en su último día de lucidez vital para pedirme que llevara adelante su
sueño editorial, El Toro de Barro. Y no me dio tiempo a pensarlo.
Le dije que
sí, por amor a él, y sólo por amor a él, al amigo ya muerto. Todo eso me puso
de nuevo en contacto con viejos amigos, con los libros entornados de mi
biblioteca. Pero fue un mal diagnóstico médico, que me puso ante la evidencia
de una grave enfermedad, lo que me condujo a escribir de nuevo. En sólo mes y
medio escribí “El Libro del Santo Lapicero”.
Escribí de día y de noche, de
mañana y de tarde, como un poseído. Durante ese tiempo apenas sí comía, apenas
sí me lavaba. No podía dormir. Y aquí estoy…
P.-También entró Ud. entonces en el mundo de la prensa.
Dirigió en 1997 el suplemento cultural “El Juglar de la Frontera”, y su rostro
se hizo habitual en la Televisión de ámbito regional como director de “El suelo
perdido”. Por cierto, ¿qué significa “el suelo perdido”?
R.- Fueron tiempos bravos aquellos, sí. Me metí en ese mundo
por una invitación, la del director de El Debate de Cuenca, José Luis Pelayo.
Después de unos meses de pilotar a solas el Juglar, invité a mi amigo el poeta
Juan Ramón Mansilla a copilotar la aventura en comandita. Todo ello me sirvió
para preparar el terreno en el que había de resucitar El Toro de Barro.
En
cuanto a la Televisión, ufff, fue toda una experiencia poder hablar de tú a tú
con primeras figuras el mundo político y literario, en debates a dos, a veces
muy broncos, pero siempre fructíferos. Eso fue “El suelo perdido”, que dirigí
entre el 2003 y el 2005. ¿Por qué se llamaba así el programa? Pues verá, en las
casas de los pueblos de mi tierra, las familias solían aprovechar las
buhardillas para curar alimentos de temporada, y para guardar los antiguos
recuerdos de familia. Se le llamaba “el suelo perdido”.
El programa partía de
los recuerdos de los invitados para analizar su visión del mundo, su actitud
frente al presente, su obra.
P.-Entre el año 2003 y 2005 Ud. publica la que según los
críticos literarios es la versión más lograda de “El Cantar de los Cantares”,
y, agrupados en un pequeño cuaderno titulado “Salmo”, tres poemas
sobrecogedores en los que se ponía en la piel de los terroristas que extienden
el terror en nombre del Dios al que adoran…Son cosas tan distintas, que parece
imposible que salieran de una misma persona…
R.- Las dos eran obras de largo recorrido. Hablo de años en
el caso de “Salmo”, y de más de una década en el caso de El Cantar. En este
tiempo, cada cual tuvo su momento, su estado de ánimo.
Su por qué. En el caso
del “Salmo” la cosa fue distinta, porque la lucha contra el totalitarismo
estaba dentro de mis preocupaciones como editor, como escritor, y como ser humano.
Cuando me enteré de que había sido leído en las manifestaciones de apoyo a las
víctimas del atentado de Atocha organizadas en años sucesivos por las colonias
españolas de Bruselas, Berlín, Roma, Londres o Jerusalén, me sentí reconfortado
por el hecho de que mi voz hubiera sido, también, la voz de otros.
P.-Después de casi 100 títulos, algunos de ellos capitales
como COEXISTENCE, allá por 2005 cesó la actividad editorial de El Toro de
Barro. Fue una desaparición drástica, e inesperada. También cesaron sus
apariciones públicas como escritor. ¿Qué pasó?
R.- No me gusta recordarlo, porque es volver a ver mis
fracasos en todo su esplendor. En el verano del año 2005 se vinieron abajo tres
proyectos editoriales en los que había puesto todo lo que soy.
Se vino abajo
una antología de la poesía catalana porque, después de haberse comprometido a
hacerlo, un conjunto de escritores admirables que escriben en catalán
renunciaron a participar en un proyecto que ponía junto a ellos a escritores
que, habiendo nacido en Catalunya, persistían en el terrible “pecado” de
escribir en castellano, y que, a su modo de ver, no podían por ello compartir
la “gloria de la catalanidad”.
También fue desautorizada la edición de una
antología de la poesía del Holocausto, por circunstancias que, perdóneme por
ello, me abstengo de hacer públicas.
Y lo que ya colmó el vaso fue el desplome
de otro tercer proyecto muy grato a mi corazón. Una fundación de gran prestigio
en mi país, MUNDO EN ARMONÍA, que entonces presidía una hermana del rey de
España Juan Carlos I, nos encargó a la escritora israelí Margalit Matitiahu y a
mí preparar una antología que, bajo el título de COEXISTENCE II, ampliara el
número de poetas árabes e israelíes que trabajan en la reconciliación de sus
pueblos y superara los seis poetas que habían formado parte de la primera
antología que editamos en el año 2002.
Después de trabajar largamente en este
proyecto tan complicado, y de poner en el asador todas nuestras habilidades
para convencer, sobre todo a primeras figuras de las letras del mundo árabe, de
la conveniencia de arrostrar los problemas de desprestigio que pudieran
derivarse de su apuesta por aparecer en el mismo libro con representantes del
presuntamente “pueblo enemigo”, los responsables de esa misma fundación, avalada,
repito, por la Monarquía española, anularon de improviso el proyecto sin darnos
explicaciones suficientes y sobre todo creíbles del por qué.
Todo eso ocurrió
en el mismo mes de junio de 2005. Me vine abajo. Así de simple. Eso fue todo.
P.-Pero no se fue. En el año 2007 Ud. comienza a hacer
presente el Toro en la red. Hoy, su blog de poesía se ha convertido en un punto
de referencia, y en el más visitado, del ámbito cultural hispanoamericano.
Hablemos un poco de su blog, de lo que ha perdido y de lo que ha ganado El Toro
en el mundo de la Red.
R.- Perder no se ha perdido nada. Ganar se ha ganado todo.
Comencé a trabajar en ellos en abril de 2007 y gracias a mi buena amiga y poeta
española Pura Salceda, y un poco para sortear las penurias a las que la crisis
económica condujo al Toro de Barro; gracias a ellos, El Toro no sólo ha
recuperado un poco su vigencia; también ha podido sobrevivir vendiendo por aquí
y por allá algunos títulos que la crisis de las distribuidoras tradicionales, y
el dominio por las grandes editoriales de los altavoces culturales de los
medios de comunicación, habían conducido hacia al silencio.
Yo estoy deseando
volver a la edición de libros cuadrados como los de toda la vida. Amo su olor,
su tacto. Pero cuando lo haga no abandonaré los blogs, no puedo. Ud. no puede
imaginar la enorme cantidad de talentos que hay repartidos por todo el mundo:
solo hay que buscar en silencio, con mucho respeto, con mucha delicadeza, y
escoger.
P.- ¿Y de “joyas”. Ud. habla de joyas encontradas, sí…?
R.- Exacto. Internet me ha dado la posibilidad de ampliar la
perspectiva desde la que miro las cosas. He descubierto a poetas que me muero
por editar.
De mi generación y de otras generaciones, mucho más jóvenes que la
mía. Ahora manejo la obra de poetas de todo el mundo, y en especial de América
Latina.
Y luego están los jóvenes talentos, que tienen exactamente la misma
insolencia y el mismo desparpajo que yo tuve en mi chiquillez literaria, y que,
en algunos casos, señalan nuevos caminos a la evolución de la literatura en el
mundo.
Lo que viene es una generación extremadamente culta que, a diferencia de
la mía, que fue la última que creció sin internet, conoce todo lo que se hace
en el planeta. Hay muchas sinergias que están dando muchísimo de sí.
A muchos
de ellos les falta tiempo de maduración, y hay que darles ese tiempo como se
nos dio a nosotros, y con más generosidad si cabe. Tendrán que aprender que la
poesía no consiste en contarlo todo, sino lo que no se ve; tendrán que aprender
a desechar versos maravillosos, a podar, podar y podar, hasta que la rosa que
quede, la última rosa, sea todas las rosas. Hay que darles tiempo.
P.- ¿En su opinión, cree usted que los derechos de autor
están protegidos en las redes sociales?
R.- Va a ser muy difícil hacerlos valer en el mundo de la
Santa Red. Debemos cambiar de perspectiva. Ya sé que los autores de cierta edad
van a tener difícil hacerlo, pero no queda más remedio. También los editores.
Pero quiero decir que este es un problema que hay que resolver ya, porque hay
muchos escritores que solo viven de su literatura, y no es justo que pasen
penurias porque otros se llevan lo que no les es propio.
P.-En su caso, la Red ha puesto alas a viejos proyectos que
parecían imposibles, aquellos precisamente que se vinieron abajo en el pasado y
a los que antes se refería. Hablo del proyecto COEXISTENCE II y de la Antología
de la Poesía del Holocausto.
R.- Yo no creía que las redes sociales pudieran aglutinar a
tantísimas personas individuales como Ud. y como yo en proyectos que, no siendo
propios, acaban haciendo suyos.
Soy demasiado mayor, no mucho, pero sí lo
suficiente como para no entender demasiado los porqués de las cosas en el mundo
contemporáneo. Ahora, gracias a la Red, ambos proyectos comienzan a ser
posibles. Sí. Y eso hace que tiemblen los caballos de mi corazón…
P.-Ud. ha sido autor, junto con Julio Clemente Lourtau, de
la primera obra dramática sobre el Holocausto escrita y estrenada en castellano
y en todo el ámbito cultural de América Latina, lo que además le permitió
trabajar como actor. ¿Cuál es su recuerdo de aquella experiencia?
R.- Todavía se me ponen “los pelos de punta” al recordarla.
Yo encarnaba a un judío convertido en un perro que lamía diariamente las botas
de su amo, el comandante del campo de exterminio de Buchenwald…
Un judío de
origen armenio que colaboraba con sus ejecutores para lograr salvar –sin éxito–
la vida de su hijo Amós, cuya piel había sido finalmente empleada en hacer,
precisamente, unos guantes de piel humana…
Por aquél entonces mi hijo Amós
tenía poco más de dos años y, bueno, no sé cómo explicar las sensaciones sobre
el escenario cuando levantaba la lámpara de su espíritu hacia el cielo y
gritaba su nombre al cielo, llamándole…Yo no tenía ninguna experiencia, pero
Julio, que es autor dramático y director me llevó de la mano como a un niño
pequeño. Estoy agradecido a la vida por haberme dado la oportunidad de trabajar
con él, de disfrutar de su amistad, y de trabajar en esta obra…
P.-Su nombre se ha convertido en un centro de referencia en
toda la Red, en algo parecido a un punto de encuentro más que relevante en el
ámbito cultural hispanoamericano. Mucha gente le sigue desde Argentina,
Venezuela, Chile, México, Costa Rica, República Dominicana. Prácticamente ha
llegado a toda Latinoamérica; ¿Qué representa todo esto para usted? ¿Qué se
siente al ser tan querido y admirado por su trabajo, y cómo ha hecho Ud. para
mantener la cabeza sobre los pies, y para seguir siendo un hombre calmado,
sencillo y accesible para todos?
R.- ¿Que qué significa para mí? Lo primero, una auténtica
sorpresa. Y, lo segundo, que atañe a mi condición de editor, el peso de una
responsabilidad que me excede por los cuatro costados.
Tengo la sensación de
que he llegado demasiado tarde a esta lluvia tibia de América…Bueno, no tan
tarde, porque América, y, de un modo más concreto mi México querido, me ha dado
una familia y un pequeñuelo maravilloso que se llama Amós y por el que merece
la pena no morir demasiado pronto, ni tampoco hacerlo demasiado.
No, no soy
consciente de eso que Ud. me dice. Como escritor, y como editor, yo sólo hago
mi trabajo como dicta mi conciencia y lo mejor que puedo.
Otra cosa son los
proyectos; esos sí que han comenzado a ser, como Ud. dice, una referencia
objetiva para muchas personas que yo no conocía. Pero la vida me ha enseñado
que el exceso de protagonismo, y la ambición de querer monopolizar la imagen de
un proyecto o de hacerlo excesivamente tuyo, suele acabar con el proyecto al pie
de los caballos.
Quien no sabe mantenerse con humildad y detrás de los
acontecimientos que, en alguna medida, dependen de él, difícilmente sabrá
hacerlo cuando llegue su hora. Quien no sea consciente de que lo importante son
los proyectos, y no las personas que estamos detrás, ni él ni sus proyectos
durarán en la memoria de los hombres lo que dura una rosa en el desierto.
Por
lo demás, el prestigio es un espejismo que viene y va como el dinero en el
bolsillo del pobre, y yo no voy a dar lo único que tengo, que soy yo, por un
plato de lentejas o de gloria.
P.-Ya para finalizar esta entrevista, en la que se nos
quedan aún muchas preguntas en el tintero, ¿cuáles han sido hasta ahora sus
mayores satisfacciones?
R.- Como editor, cada libro que saco es como una nube de agua
tibia que me limpia por dentro; pero, de todos ellos, quiero destacar dos; el
primero fue la edición de NOCHES DANTESCAS, de Carlos Edmundo de Ory, que vino
a cerrar el vínculo emocional y estético del Toro que fundó Carlos de la Rica
con los movimientos de la vanguardia española de posguerra; y, el segundo,
COEXISTENCIA, que supuso una bofetada moral en la cara de quienes siguen
aplastados por esos mitos religiosos y nacionales de naturaleza totalitaria que
tanto daño han hecho a la causa de la paz entre Israel y Palestina y que, de
modo más general, hacen del hombre un lobo para el hombre.
Como estudioso, sin
duda alguna la mayor satisfacción me la produjo EL CANTO DE LA CREACIÓN, que
dediqué a la obra y a la vida de mi amigo Carlos de la Rica. Y creo que no
volveré a estar satisfecho hasta que saque definitivamente del cajón la
Antología de la Poesía del Holocausto.
Y como persona, y aparte de mis pocos
amigos, mi familia, y mis hijos lo son todo: Irene, cuyo nombre, de origen
griego, significa paz; Darío, de origen persa, que es el nombre de un emperador
que cimentó su reino en el respeto absoluto de las creencias de todas las
naciones a las que gobernaba.
Y Amós, que era el nombre de mi abuelo y el que
yo quise tener, y que señala mi vínculo emocional con el puedo judío, que no
quiero que nadie en mi familia, y sobre todo, mi pequeño vástago, olvide nunca.
Deseo agradecer infinitamente al poeta Carlos Morales del
Coso, su paciencia y disposición para concederme el honor de esta valiosa
entrevista, que sin duda representa un gran aporte y testimonio para todos los
amantes de las letras en Hispanoamérica y el mundo.
Quiero dedicar esta entrevista a todos los seguidores de
Carlos Morales del Coso, en Venezuela, México, Colombia, Costa Rica, República
Dominicana, Argentina, Brasil y toda Latinoamérica que a diario visitan su blog
El Toro de Barro quienes me habían pedido hacerla desde hace ya algún tiempo.
Bueno, no me queda más que decirles a todos que lo prometido es deuda. Espero
lo hayan disfrutado tanto como yo.
Se les quiere.
Hasta la próxima
Carivano
Imágenes: Carlos Morales del Coso
Música: Violín Music/Rep
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