Primer acto
El telón permanecía abierto.
La minúscula utilería mostraba una sala de casa de
familia, un sofá grande con unos almohadones, a sus costados dos lámparas de
pie encendidas, una mesa ratonera larga frente a él, repleta de vasos, copas y
platos apilados; a simple vista usados, a entender por las botellas vacías en
número no despreciable. En el medio del predio una enorme mesa de madera
antigua, las sillas que constituían el juego, desalineadas como después de una
reunión, fiesta o evento similar. Una pila de diarios, destacaba su presencia,
al igual que decenas de libros desparramados sobre la impactante mesa. En un
rincón un tanto alejado un pequeño sillón, como abandonado, de color rojo
fuego; no obstante su lejanía del centro del escenario, invitaba las miradas de
los espectadores sentados a la espera del comienzo de la representación
teatral. A juzgar por los cuadros colgados en la pared del fondo, los dueños de
casa, gustaban de motivos campestres,
naturaleza resaltada en colores y matices que otorgaban una sensación de
calma, que parecería interrumpida por el desorden reinante en dicha habitación.
No se escuchaba música ambiental, propia de puestas en
escena acostumbradas; el silencio ocupaba forzosamente los sentidos, en
especial los auditivos, del público, resultando como un grito de atención
frente a lo que allí ocurriría. La puerta, situada en la parte izquierda del
escenario, pegada a lo que pareciera una pieza contigua, se abrió y un hombre
entrado en años pasó sin cerrarla, se dirigió al sillón rojo, y mientras sacaba
de uno de los bolsillos de su abrigada campera unos papeles, tomó asiento como
desplomándose en él. Una luz amarillenta alumbró aquella parte de la escena.
Montó frente a sus ojos un par de anteojos que le colgaban del cuello, y dio a
entender que leía lo escrito en dichos papeles.
Transcurrieron ciertos minutos, que parecieron largos,
mas nuestro señor, por lo visto absorto sobre manera en la lectura, solo atinó
a re acomodar sus lentes, cambiar de posición y acercar la pequeña lamparilla
sostenida de la pared cercana al sillón.
Dejó de leer, se levantó, por lo visto en la expresión
de su cara, malhumorado, se acercó a la mesa del centro, revolvió entre los
diarios, tomó uno y retornó a su sillón. En una mano las hojas del diario
seleccionado, y en la otra los susodichos papeles continuaron ocupando en forma
intensiva al nervioso personaje a decir
por la fruncidas del ceño y la tensión de su cuerpo, fácilmente notorios
desde la platea.
Segundo acto
A los escasos segundos, por lo apreciado, llegó a un
punto crítico, importante de la lectura, que le ocasionaron un notable
trastorno, produjeron un temblor en todo el cuerpo, arrojó con furia papeles y
diario al aire; a pasos acelerados salió de escena atravesando la puerta
abierta, por donde hizo su aparición.
Se escuchó un golpe de puerta, ruido de una caída de
algo al suelo, otro golpe de otra puerta cerrarse con mucha fuerza, a entender
por el estruendo escuchado.
Nuevamente pasos enérgicos.
Apareció con los ojos, podría decirse fuera de sus
órbitas, en una mano portaba un revolver, la lectura descalabró aparentemente
su estado anímico, vociferaba con la boca cerrada. Levantó en forma agresiva
los papeles diseminados por el piso, con su mano libre, los metió dentro de uno
de sus bolsillos. Paso seguido pisoteó la hoja del diario; estaba fuera de sí,
caminó hacia un lado, dio unos pasos, volvió al sillón, se sentó y volvió a
pararse, sus nervios exaltados no le permitían controlarse. Miró sin ver a su
alrededor, parecería dispuesto a tomar decisión sobre su accionar. Se acercó
casi al límite del escenario, frente al público auscultó uno a uno, como
buscando ayuda, sus facciones eran duras, un cierto sudor fue perceptible en su
rostro.
Más de uno de los espectadores, aterrados por el
desenvolvimiento de la trama, quizás se ofrecerían a dar una mano al
desesperado, pero nadie atinó siquiera a moverse. Éste, levantó frente a si el
arma empuñada, la miró con extrañeza, sin comprender el significado de su
existencia, acercó su otra mano como ayuda para sostener aquel raro artefacto.
Era con seguridad el momento crítico. El silencio fue en aumento, era posible
escuchar los latidos apresurados del corazón de aquel sujeto, sus ojos
perdieron luminosidad, un leve carraspeo quiso romper el silencio
reinante.
Todos esperaban un desenlace ya próximo, la tensión en
la sala era escalofriante, una ráfaga helada cubrió el ambiente; el descarriado
optó por volver sobre sus pasos dirigiéndose a la pieza continua. La puerta se
cerró.
Un susurro de un parlante quiso llamar la atención del
público clavado en sus asientos. Una suave voz de mujer se dejó oír, por
intermedio de parlantes, en toda la sala del teatro:
*Mi triste
corazón no me permite continuar llevando esta vida doble. Siempre te querré, de
ello no hay duda, has sido para mí, un todo, y quizás más. No te arrepientas de
haberme querido, no te ofrecí posibilidad distinta. Lo que por mi has hecho no
tiene recompensa. Tu amor sincero, aceptó todas las inclemencias del tiempo a
mi lado. Soy culpable, sin serlo, me obligo a sufrir sin merecerlo. Tu
dimensión es comparable al vuelo de la paloma de la Paz, aquella que busca
eternamente llegar a tierra firme. Mis costas no son buenas, las arenas están
pisoteadas por huellas extrañas. Olvidar no puedes, amarme es fuera de tu
alcance. Mi pensamiento vuela sin cesar, como un sentimiento en un camino
errado. No me esperes, yo continuo aguardando tu llegada*
Se escuchó un ensordecedor ruido, típico de un disparo
de arma de fuego; las paredes del teatro no pudieron sostener el impacto, la
acústica del techo refutó en los tímpanos de los espectadores. Más de uno saltó
en su butaca, hubo quienes exclamaron un gritillo de susto…
Lentamente fue cayendo el telón.
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Beto Brom
Galilea
Israel
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*Registrado/Safecreative N°0912305230535
*Imagen de la Web
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